el conde se inflama.
en la noche resurgen las cosas mas inhóspitas, como su constante ahogo, como sus manos sudadas apretando un cuello, como la delgadez azarosa de su figura retorciéndose tras un vitreaux.
El conde se despereza de los besos ácidos, de las manos que lo han recorrido feroces y laberinticas y piensa en un reguero de secretos. Sube dos escalones, retrocede algunas baldosas y se va de ningún lugar a ningún lugar.

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